Hay
libros que producen una sensación inefable de orfandad cuando uno los termina. David
Copperfield es, sin ninguna duda, uno de ellos. Me costó varios días volver
a disponer de la energía suficiente para abalanzarme sobre un nuevo libro, pues
sentía que iniciar cualquier otra lectura suponía una suerte de acto de
infidelidad para con David Copperfield. Me había sumergido hasta tal
punto en el universo creado por Dickens que me sentía como un forastero, y una
especie de traidor, intentando empezar cualquier otro libro.
David
Copperfield es un libro maravilloso en el que Dickens
despliega todas sus habilidades narrativas para dar forma a una obra que versa
sobre temas tan universales como la infancia, la madurez, la firmeza frente a
la adversidad, la familia, la amistad, el amor, la codicia o la dignidad moral.
Con la Inglaterra victoriana en lo más álgido de la Revolución Industrial de fondo,
Dickens nos introduce en las vicisitudes que jalonan la sinuosa vida de David
Copperfield, un niño que sufre las mayores penalidades imaginables: desde la
precoz muerte de su querida madre, la convivencia con un padrastro insensible y
tiránico, la supervivencia en un centro educativo que emplea una metodología de
enseñanza asfixiantemente autoritaria, hasta la participación en la miserable
vida laboral del Londres más industrial. Estas desfavorables experiencias no
consiguen hundir al pequeño Copperfield. Más bien al contrario, laminan la que
será una personalidad resiliente a la desgracia y perseverante en la búsqueda
de soluciones frente a los contratiempos. La admirable serenidad y firmeza de
David Copperfield, así como su irredento optimismo, son fruto del apoyo anímico
que recibe de los diversos personajes que pueblan su vida: de su incondicional
niñera (Pegotty), de la extravagante familia Micawber, de su amigo Traddles o de
su querida y reverenciada Agnés.
Uno
de los aspectos más destacables de la novela es precisamente que, a pesar de
estar contada en primera persona, desde el punto de vista de David Copperfield,
Dickens consigue dotar de profundidad a cada uno de los numerosos personajes
que aparecen, convirtiendo así la novela en una novela coral perfecta. La
historia de Copperfield discurre, por tanto, no sólo a través de los
acontecimientos que le suceden al protagonista, sino también a partir de la
evolución que experimentan los personajes que le rodean. Aunque en el
imaginario colectivo predomine la caracterización de Dickens como un cronista
de la podredumbre y la miseria, como un firme crítico de las pésimas
circunstancias sociales y económicas en que se hallaba una vasta parte de la
población británica, es totalmente injusto reducir a Dickens a este papel de
cronista social, pues su obra no se limita a describir paisajes sociales, sino
que en un contexto social concreto coloca a personajes complejos, surcados de
matices, a los que el autor británico disecciona con bisturí.
Es
asombroso el amplio abanico de personajes fantásticos e inolvidables que
aparecen en David Copperfield. Creo que merece la pena mencionar a algunos de
ellos. El señor Micawber es un personaje hilarante: no tiene ni un duro, pero siempre
anda ilusionado con embarcarse en nuevos proyectos que, para su desgracia,
acaban fracasando. Pasa con frecuencia estancias en la cárcel por impago de
deudas y le aqueja la insaciable necesidad de expresar de manera epistolar sus pensamientos
y reflexiones con una solemnidad tan acusada que se torna risible. La tía de la
madre de Copperfield, la tía Betsey, es también un personaje excepcional. Al
principio se la muestra como una anciana huraña y caprichosa que está
decepcionada porque su sobrina ha dado luz a un niño en lugar de a una niña,
pero conforme avanza el libro es imposible no encariñarse con este personaje
que también resulta muy divertido. Hace referencias continuas a “Betsey
Copperfield”, como si la niña que deseaba que tuviera su sobrina existiera de
verdad y es altamente obsesiva, estando en permanente estado de alerta por si
se incendia Londres. Tampoco soporta que los burros atraviesen el jardín de su
casa de Dover, haciendo todo lo posible para ahuyentarlos. Además, deposita una
confianza ciega en la sabiduría de Dick, su excéntrico amigo del que nadie se
fía. Dick es un personaje igualmente atractivo. Está claro que padece una
deficiencia mental que le hace creer, entre otras cosas, que es la
reencarnación de Carlos I. Dedica la
mayor parte de su tiempo a escribir un memorándum sobre su propia vida que
nunca concluye. Es, sin embargo, su inocencia la que lo convierte en una
inspiración para la Tía Betsey, ya que no hay tacha moral que se le pueda
oponer. De hecho, en un mundo donde la mayoría de las personas ocupa sus
pensamientos en cuestiones materiales y superfluas, Dick es presentado como el
más cuerdo y puro. Como el individuo que de verdad sabe paladear los placeres
de la vida.
En
contraposición a Dick, tenemos a Uria Heep, un personaje obsesionado con
ascender en la escalera social. Heep intenta ocultar su desbocada codicia
jactándose permanentemente de sus orígenes humildes y fingiendo que actúa
siempre movido por intereses nobles. No deja, sin embargo, víctima sin cabeza:
todos los individuos que le rodean acaban irremediablemente afectados por las
afiladas garras de su ambición social, enmarañados en una red de continuos
problemas. Heep es la representación en el libro de esa clase intemporal de
advenedizos sociales carentes de escrúpulos morales. El personaje de Heep sirve
para culminar la transición hacia la madurez de David Copperfield, pues es
desenmascarando los tejemanejes de aquél que David aprende de verdad a
enfrentarse a las situaciones conflictivas de la vida, en lugar de a huirlas.
Me
gustaría mencionar sucintamente a tres personajes más. Por un lado, a Pegotty,
la incombustible niñera de David. Pegotty es una persona tierna y bondadosa que
ha tratado siempre a David como si de su hijo se tratara, más aún desde que
éste perdiera a su madre. Pegotty exhibe un amor incondicional hacia David,
siendo una especie de ángel de la guarda para él. Por otro lado, al señor
Pegotty, el hermano de la niñera de David. El señor Pegotty comparte muchas
virtudes con su hermana, pues es un hombre cándido que acoge a cualquier
persona con el mayor de los cuidados. Además, se desvive por los suyos. Su
tortuosa travesía en búsqueda de su querida sobrina Emily me parece una de las
historias más conmovedoras del libro. Por último, tenemos a Ham, el otro sobrino
del Señor Pegotty y que estaba prometido con su prima Emily. Ham me parece el
personaje más noble de toda la novela. Reacciona al desgarrador abandono de
Emily con una dignididad realmente admirable, rehuyendo de cualquier tipo de
resentimiento. Una vez Emily reaparece, le suplica a David que no le informe de
todo lo que ha sufrido por su culpa. Su
muerte es una de las muertes más trágicas que recuerdo: en medio de una
tempestad, sin ya ninguna ilusión por vivir, se sacrifica -en vano- para
intentar salvar a quien a la sazón resulta ser Steetforth, el individuo con el
que le fue infiel y se marchó Emily.
Es
fascinante la capacidad de Dickens para captar la atención del lector sobre el
desarrollo de cada uno de los personajes. Para ello, hace uso de una variedad
inmensa de recursos narrativos: la hipérbole para acentuar las sensaciones
dramáticas; la anticipación de la suerte que correrán algunos personajes para
generar suspense y despertar interés; el sarcasmo para caricaturizar a los
personajes más detestables; un agudísimo sentido del humor que logra hacer de
contrapeso al rebajar y relativizar la carga dramática de la historia; y el
encabezamiento de cada capítulo con un título sencillo y atractivo que atrapa fácilmente
la curiosidad del elector, como si se tratara del titular de una noticia de
periódico.
El
último capítulo del libro constituye, en mi opinión, un cierre perfecto: David
deja de relatar los sucesos que han marcado su existencia y se detiene a
reflexionar sobre la felicidad que le produce estar acompañado en la vida por las
personas tan variopintas como excepcionales que ha ido describiendo a lo largo
de la novela. Mirando a su alrededor se da cuenta de que, a pesar de todas las
adversidades que ha sufrido, a pesar de todas las desgracias que le han
asolado, es un afortunado por poder contar con la amistad y el cariño de seres
tan fantásticos y genuinos. La historia de su vida es un mosaico de
decepciones, de traspiés, de infortunios, de privaciones, pero también de superación,
de esperanza y, sobre todo, de amor.
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