"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

domingo, 23 de febrero de 2014

Operación Palace: la genialidad de Évole


Me veo en la necesidad de abalanzarme sobre las teclas de mi ordenador para escribir sobre un experimento tan insólito para los españoles como ha sido Operación Palace. Veo que esta especie de documental ha suscitado cierta irritación a un número considerable de personas. A mí, por el contrario, me ha parecido una genialidad. Intentaré explicar muy brevemente por qué.

Habiéndome leído con anterioridad una cantidad no despreciable de información sobre el 23-F, me ha resultado imposible no llegar a creerme en algunos instantes la historia, tan aparentemente veraz a la vez que estupefaciente, encuadrada en el maravilloso guion de Operación Palace. La hora que ha durado el programa ha logrado adquirir más fuerza y poder que numerosas páginas escritas de forma pausada y reflexionada sobre el 23-F. No podía ser verdad que los españoles hubiéramos vivido tantísimo tiempo engañados y que, sabiéndolo un número considerable de personas, como se desprendía del relato de Operación Palace, no hubiera salido a la luz nada de los que se nos contaba en el programa de Évole. No podía tener de ninguna manera sentido que se relacionara la obtención de Garci del premio Óscar con el suceso del 23-F. ¡Menuda locura! Sin embargo, yo tampoco me he podido resistir a la tentadora y atractiva fuerza de la fabulación. Hasta he llegado a dudar de la honestidad de quien es una de las personas a las que más admiro: Iñaki Gabilondo. Cabe que lo repita: ¡Menuda locura!

Sin embargo, no me irrita haberme creído por unos instantes la ficción ingeniada por Jordi Évole. De hecho, le doy las gracias por ello. Me parece que está fuera de lugar tildar a Évole de estafador. Leo en distintos lugares palabras llenas de irritación que manifiestan la indignación de algunas personas por haberse sentido engañadas. Operación Palace no ha engañado a nadie. Todo lo contrario: nos ha puesto en alarma ante el engaño continuo al que nos vemos sometidos los ciudadanos. Nos ha demostrado la facilidad con la que capturamos e introducimos en nuestra cabeza la realidad, sin sujetarla a ningún tipo de filtro crítico.

Con demasiada frecuencia creemos lo que quieren que creamos o lo que queremos creer, pero no lo que en realidad aconteció. Con el paso del tiempo, conforme aquello que fue realidad se va alejando más de nosotros, cubrimos los sucesos del pasado de continuas fabulaciones con las que, o bien nos afanamos en desentrañar, de manera poco exitosa, los acontecimientos pretéritos; o bien pretendemos atribuir a la historia unos rasgos imaginativos con los que nos esforzamos por distorsionar la verdadera realidad pasada. Ambos comportamientos imperan en cualquier tiempo histórico. Se tratan de mecanismos a los que el ser humano recurre para poder aligerar la insatisfacción intrínseca a la crudeza de la realidad, que no es otra que la impotencia que se siente al descubrir que resulta poco probable poder comprender cabalmente aquello que aconteció en un tiempo pasado y cuyo escrutinio se torna realmente complejo y laborioso en la actualidad, es decir, en la sucesión de ese pasado, que ya no puede verse con los mismos ojos que en el momento de su gestación.

Somos abiertamente proclives a la fabulación. La fabulación, de hecho, es fundamental para poder sobrevivir en un mundo que, sin imaginación, sería demasiado cargante (¿acaso no lo es ya con ella?). Ahora bien, la fabulación es beneficiosa siempre que se tenga en cuenta su carácter ficticio. Cuando a la historia, es decir, a la realidad pasada, se la intenta irrealizar a través de fabulaciones se incurre en un ejercicio de manipulación repudiable que conduce inevitablemente a un estado de confusión y de desconcierto nada deseables. Puesto que la verdadera realidad, el presente, se pasa a sustentar en un pasado que no se sabe con certeza que sea pasado, en la medida en que se pone en cuestionamiento si la realidad de él que se ha legado al presente es legítima y veraz.

Jordi Évole, con Operación Palace, nos ha llegado a desnudar a muchos. Existen serias razones para sentir rubor por ello. Pero creo que ese azoramiento no debe traducirse sino en una autocrítica que nos conduzca a reflexionar más profundamente sobre la verdadera realidad. Porque vivir en un presente manipulado significa proceder de un pasado distorsionado y, a la vez, proyectarse sobre un futuro igualmente falsificado. Orwell lo resumía perfectamente: “quien controla el pasado, controla el presente; y quien controla el presente, controla el futuro”.

domingo, 16 de febrero de 2014

Mirar en grande: contra la xenofobia


Europa se ve asolada desde hace bastante tiempo por una incertidumbre jalonada por el imparable ascenso de los partidos populistas. El último ejemplo claro de esta tendencia lo observábamos recientemente con la aprobación en Suiza, a través de referéndum, del establecimiento de cuotas a los inmigrantes. Este anhelo abrigado por el pueblo suizo no parece ser sino un preludio de aquello que puede acontecer en el resto de Europa si se cumplen los pronósticos que anticipan el éxito de los partidos populistas en las próximas elecciones europeas.

El problema, aunque pueda resultar chocante, no estriba tanto, bajo mi punto de vista, en este fortalecimiento de las posturas populistas y xenófobas como en las respuestas que se trazan desde los países europeístas para contrarrestarlas. Creo que es totalmente necesario que tenga lugar un cambio radical a la hora de abordar la cuestión de la xenofobia en Europa. Se debe repensar arduamente qué perspectiva es la más decente para guiarnos a subsanar este mal del que adolece hoy en día Europa, puesto que no se puede seguir transitando por el mismo camino que nos ha conducido a este panorama alarmante y que se caracteriza por llevar a cabo acuerdos y misiones conjuntas atendiendo única y especialmente a fines económicos.

A través de los efectos de la presente crisis hemos podido advertir cómo las bases de la Unión Europea han ido debilitándose gradualmente hasta dejar a ésta al borde del precipicio, desnuda y cubierta de dudas y confusión. Pecaríamos de ingenuos si intentáramos atribuir a la coincidencia y al azar el hecho de que la UE esté a las puertas del abismo justamente en el momento más crítico de la economía europea en las últimas décadas. No cabe duda alguna de que ha quedado completamente al descubierto la falta de solidez de una unión que se sustentaba más en intereses económicos que en intereses humanos.

Mantener una unión basada únicamente en la economía no sirve de nada, pues esta unión se tambaleará cada vez que la economía, el nexo de la unión, entre en cuestionamiento. No sólo resultará inviable económicamente, como así parece que asevera la realidad, sino que lo será sobre todo en lo concerniente a la convivencia de la humanidad. Una unión que se guía por intereses económicos (los particulares de cada nación y de cada individuo) es una unión con pocas posibilidades de futuro, ya que, en lugar de mirar en grande, mira en pequeño. Se alargan los brazos al mismo tiempo que se estrechan, pues se trata de una expansión que en el fondo busca el aseguramiento de una visión reducida y chica, es decir, de un repliegue. Se participa en un mercado globalizado al mismo tiempo que brotan en su interior posturas proteccionistas y en contra de la propia unión.  Así se explica que dentro de una unión del cariz de la que nos ocupa puedan aparecer movimientos xenófobos altamente respaldados y que defienden la anti-unión.

Cualquier unión en la que se adviertan atisbos de xenofobia, como en este caso la UE, es una unión abocada al fracaso, puesto que cualquier unión, para prosperar como tal, debe fundamentarse en el respeto a la diversidad dentro de ella. La xenofobia, por el contrario, representa la discriminación al otro, a lo diferente, a la Alteridad. Es, pues, necesario dotar a las alianzas establecidas entre los países de un contenido mucho más humano, o filosófico si se prefiere.

El ser humano debería aspirar siempre a ensanchar su solidaridad y su generosidad a través de una visión del mundo amplia y global que permitiera establecer un nexo no basado en la economía, sino en la empatía. Sólo con tal conciencia puede garantizarse la pervivencia de cualquier tipo de unión, ya que, de nada sirve expandirse física o económicamente si no se produce paralelamente un ensanchamiento de la conciencia y de la visión del mundo. Una unión que no cumpla con estos requisitos acabará inexorablemente fracasando, ya que se sustentará en unas condiciones cambiantes e inestables que, en el momento de fallar, arrollarán sin miramientos a la unión. Por el contrario, la fijación de una conciencia humana y global difícilmente podrá caer en la inestabilidad en la medida en que se basa en una condición que es temporalmente permanente: la condición de ser humano.

Por lo tanto, es necesario que, como ya se ha dicho, tenga lugar una reorientación considerable en los argumentos de aquellas personas interesadas en defender el futuro de la Unión Europea. El propio presidente de la Comisión Europea, Barroso, sostenía lo siguiente tras el resultado del referéndum en Suiza (que no es miembro de la UE): “no es justo que Europa ofrezca a Suiza estas condiciones y que después Suiza no ofrezca las mismas condiciones”. Barroso otorga más importancia a la falta de reciprocidad que al problema principal: la xenofobia. Cae en el grave error de visionar la realidad desde un punto de vista basado en el cumplimiento o no de unos intereses, es decir, desde una posición más europeísta que humanista. Cuando el problema principal no consiste en que se haya incumplido un acuerdo entre la UE y Suiza y que, por lo tanto, la UE salga malparada. El problema consiste en que la medida abrazada por los suizos es xenófoba y poco democrática en su fundamento (se da la paradoja de que, aunque haya sido librada por referéndum, supuestamente, una de las expresiones más altas de la democracia, atenta fuertemente contra la diversidad, que es uno de los principios elementales de cualquier democracia).

Explicar la perversidad de la xenofobia incipiente en Europa apelando a datos y argumentos que se proponen mostrar las perniciosas consecuencias económicas y políticas que causará en los países de la UE constituye una visión muy simplista, reduccionista y frívola. La xenofobia no es indeseable porque afecte a la UE, sino porque es un sentimiento destructor, violento, selectivo, restrictivo, insolidario, nada empático y que atenta contra la diversidad. Es cierto que observarla desde una perspectiva de la UE es más sano que desde una perspectiva particular de un país europeo en concreto, pues representa en cierta medida una conciencia que trasciende la del ámbito nacional y que es, por consiguiente, más amplia y más favorable (siempre que no se conciba la UE como el nexo de intereses únicamente crematísticos). Sin embargo, no es suficiente. Porque la humanidad está muy lejos de concentrarse exclusivamente en el territorio abarcado por la UE. Por lo que una visión únicamente europea es también reduccionista y pequeña si la situamos en conexión con el resto del mundo.

El futuro de Europa, aunque pinta mal, es incierto. Quién sabe si se logrará frenar esta ola de populismo y xenofobia que tanto nos preocupa en la actualidad. Quizá Europa sepa sobreponerse a las circunstancias y consigue poner fin a esta epidemia xenófoba dentro de un año. Quién sabe. Todo puede pasar, porque mientras exista el futuro, el presente nunca podrá asegurarse su permanencia. Sin embargo, una cosa está clara: si se logra erradicar la xenofobia que azota hoy en día a Europa con las medidas y las perspectivas que se están adoptando en la actualidad, tal erradicación será inevitablemente provisional y la xenofobia volverá a imponerse cuando reaparezcan los problemas que la han causado en la actualidad. Porque la xenofobia sólo podrá destruirse definitivamente cuando impere una visión global y humanista que asiente la diversidad como un elemento imprescindible para la convivencia de la humanidad.