Como he dejado constancia en este paciente blog, viajar me pone de los
nervios. Me cuesta muchísimo salir de la ciudad en la que vivo. En los últimos
tres años, Londres ha intentado ejercer su magnetismo sobre mí y arrancarme de
Oxford, esforzándose sobremanera por seducirme con sus cantos de sirena, que a
mis oídos llegan siempre distorsionados y triturados por la ansiedad que me
produce pensar en toda la logística que requiere transportarme a otro sitio.
Siempre hay algo que hacer en Londres. Siempre hay alguien a quien quiero que
quiere verme en Londres. Pero, por desgracia, la tensión que desatan en mí los
viajes me lleva a quedar mal con esta gente a la que quiero y muchas veces
acabo rechazando los planes propuestos, dando un portazo a la ilusión y cariño
que envuelven estas invitaciones.
Luis, que se porta
muy bien conmigo, me invitó a la fiesta que iba a organizar el sábado por la
noche en su casa de Londres por ocasión de su treinta cumpleaños. Me daba mucha
pereza ir, sobre todo cuando me enteré de que había huelga de trenes y que, en
caso de ir, me iba a tocar embutirme en uno de los exiguos asientos de ese gran
agujero negro del estrés que es el bus de Oxford a Londres, el Oxford tube como
se le conoce. Para vencer mi reticencia a viajar necesito de alicientes que
derriben los pesados obstáculos instalados en mi cabeza. Un aliciente era que
Padi, un amigo de Luis con el que había coincidido dos veces y que me cae rematadamente
bien, iba a estar en la fiesta. El segundo aliciente llegó de la boca de Padi, bueno,
mejor dicho, de la pantalla de mi móvil que reflejaba la conversación con él
por Whatsapp. Me dijo que Belén iba a estar en la fiesta. Belén es la novia de Padi
y yo no la conocía, pero me moría de ganas de conocerla. La razón por la que
quería conocerla era tan estrecha como fundamental: le gustaba Carmen Martín
Gaite. Yo, que soy un fan total de Carmiña, siento una simpatía automática por
cualquier persona que la lea. Tanto es así que, en los últimos meses, cada vez
que he leído un libro de ella, le he enviado un whats a Padi pidiéndole que le diga
a Belén que el libro en cuestión me había encantado, aunque no me lo hubiera recomendado
ella ni tampoco tuviera certeza de que se lo hubiera leído. Con esto quiero
decir que Belén era ya una realidad que planeaba sobre mi vida y que, aunque no
le pudiera poner cara ni personalidad, yo la había rellenado con las múltiples
virtudes que detecto en Padi, además de con todas las cosas positivas que asocio a los libros de Carmiña. Al final, vencí mi pereza y decidí emprender
el viaje a Londres.
Ya en casa de
Luis, después de tres horas de trayecto y de un calor sofocante sufrido en la
planta de arriba del Oxford tube, vi a Padi. Le saludé con un abrazo cariñoso,
pero mis ojos estaban ya avizores intentado identificar a Belén entre la maraña
de chicas que había en la fiesta. “Bueno, esta es Belén”, me dijo al fin Padi,
resolviendo el enigma. Y posé enseguida la mirada en una chica que estaba
parada justo delante de mí, con las manos en los bolsillos y con una sonrisa
enorme colgando de su boca que iluminaba su rostro entero. Me quedé atrapado en
la dulzura y la paz que me transmitía esa presencia que era nueva para mí, pero
que, sin embargo, resultaba increíblemente familiar. Nos presentamos y ya nos
quedamos enganchados hablando durante no sé cuantísimo tiempo. Dimos varias
vueltas al salón de casa de Luis persiguiendo la comida que iban sacando. A Belén
no le importó ser la primera en empezar a comer, lo que yo agradecí, muerto de
hambre como estaba.
Hablamos de muchas
cosas. Me preguntó que si tenía un grupo de amigos en Oxford, que cómo era, que
cómo les había conocido. Yo le pregunté lo mismo sobre Nueva York, que es donde
ha vivido con Padi en los últimos dos años. Me habló de su familia, en concreto
de sus tres sobrinos pequeños. Le pedí que me enseñara fotos de ellos. Me enseñó
su móvil. Los tenía de fondo de pantalla. La verdad es que eran monísimos. Me
encantó ver cómo su sonrisa se ensanchaba cuando hablaba de ellos. Le sabía mal
haber estado tanto tiempo lejos de ellos. Yo le dije que a mí me emociona mucho
la relación tía-sobrino, ya que el amor incondicional que mis hermanos y yo
recibimos de nuestras tías cuando éramos pequeños se ha quedado adherido en la
parte más profunda de nuestros corazones. Nos ha ayudado a sentirnos más
anclados y amparados, lo que quiere decir que nos ha ayudado a sentirnos más
queridos. También le dije que yo aún no he tenido sobrinos, pero que tengo unos primos pequeños maravillosos que siento como hermanos pequeños.
Me sentía tan
a gusto hablando con Belén que no pude evitar pensar en el hilo que me había
vinculado a ella antes de conocerla: Carmiña Martín Gaite. La estampa de los
dos hablando con voracidad me estaba pareciendo propia de un libro de Carmiña,
sobre todo de Nubosidad variable y Retahílas, mis favoritos. Dos libros
que tratan sobre la conversación y, por tanto, sobre la escucha. Hablando con
Belén, sentía que me escuchaba no sólo con los oídos, sino también con los
ojos, sobre todo con los ojos. Son los ojos de tu conversador lo que determinan
si se trata de un interlocutor de verdad o de una persona que simplemente traga
tus palabras como una Big Mac, sin voluntad de dejarlas reposar en su interior.
Como sugiere Carmiña en un pasaje de Retahílas, la mirada de quien escucha
acaba moldeando siempre la historia que cuenta quien habla, tanto en la forma
como en el contenido. Qué se cuenta, qué detalles se recortan, se añaden o se adornan
depende completamente del tipo de escucha que practica la otra persona y que cristaliza en su mirada. “Cada mirada incuba una historia”.
El desarrollo
de nuestra conversación me estaba remitiendo tanto al universo de Carmiña que
no pude evitar izar la bandera de la patria que nos había unido antes de conocernos.
Empezamos a hablar de los libros de Carmiña. Belén me dijo que le encantaba Usos
amorosos de la posguerra española y que le parecía interesante que Entre
visillos, escrita décadas antes, fuera una especie de versión novelada de Usos.
Me pareció una reflexión súper lúcida. Aprovechó para enseñarme que había
bordado un forro para el libro, una portada alternativa fruto de su imaginación
que era, si no me falla la memoria, un regalo para su tía. Me encantó la portada
alternativa, el detalle y que bordara. Le dije que mi hermana también bordaba.
Le enseñé el Instagram de la tere.bordatriz para que viera las cosas que bordaba
mi hermana, sobre todo la tote bag de Sherlock que me hizo a mí con tanto
cariño y esmero. A Belén le entusiasmó. Le comenté que me emocionaba mucho la
dedicatoria que Carmiña había escrito a Sánchez-Ferlosio en Usos, justo
poco después de que se hubieran separado. “Para Rafael, que me enseñó a habitar
la soledad y a no ser una señora”. Belén no la recordaba. Me alegró poder proporcionarle
algo nuevo sobre Carmiña, pero no porque eso sobara mi ego o me hiciera sentir
que sabía algo que ella no, sino porque simplemente me hacía ilusión compartir
otra cosa más que me gustaba con ella. Lo bueno de cuando encuentras a una
interlocutora de verdad es que las conversaciones avanzan con fluidez, sin tropezar
con terrenos abruptos o egos recelosos que se ponen en guardia cuando escuchan
a otra persona contar algo que uno desconoce.
Por educación
y consideración, nos separamos e interactuamos con el resto de gente de la
fiesta. El encandilamiento, sin embargo, permaneció intacto. Nos mirábamos de
una punta a otra del salón y yo tenía que hacer un esfuerzo enorme por refrenar
las palabras que se fraguaban a borbotones en mi cabeza y que tenían como
destinataria a ella, mi interlocutora sobrevenida. Nos seguimos buscando
durante la fiesta y nos volvimos a encontrar varias veces. Comentamos series que
también teníamos en común, como Succession, Fleabag o Endeavour.
Yo le dije que es que éramos un match de amistad. Para no perder el contacto,
le pedí su Insta. Al ver su perfil, me di cuenta de que le seguía mi amigo
Lucas. Le pregunté de qué le conocía. Era amigo de un amigo suyo del insti y
había ido a los conciertos de su grupo de música. Me preguntó cómo había
conocido yo a Lucas. Le conté la historia. Le dije que fue en el Erasmus y que
mi amistad con Lucas fue una amistad a primera vista. Desde el primer contacto
con él supe que iba a ser mi mejor amigo en el Erasmus. También le conté un
detalle de Lucas que me marcó y que nunca he olvidado. Mi año de Erasmus, 2016,
fue mi primer año fuera del armario. No me había involucrado hasta entonces en
la comunidad LGBTI+ ni había ido a ninguna discoteca gay. Lucas me dijo que él
me acompañaría a una. Al final, el primer día que yo fui a una discoteca gay, no
pudo entrar conmigo. A la salida, me topé con él. “Te
había dicho que te acompañaría, pero, como he llegado tarde y no me han dejado
entrar, me he quedado esperando fuera para volver contigo a casa”, le conté a
Belén que había respondido Lucas a mi cara de sorpresa. A Belén le emocionó la
historia. “Lucas me parece una persona súper tierna”, me dijo. “Tierno” era precisamente
el adjetivo que iba a utilizar yo también. Hasta en eso estábamos de acuerdo.
Le dije que me recordaba a Ali, mi persona favorita de este mundo. Que ojalá la conociera.
Que se encantarían. Le dije que Ali es la persona más inteligente que he
conocido nunca. Que Ali es muy buena escuchadora. Y que es mi gran
interlocutora. Le dije que Ali se sabe perfectamente todos los accidentes geográficos
de mi vida, aquellos que ha presenciado y los que no. Porque la escucha atenta,
sincera y generosa a raudales de Ali ha conseguido no sólo aportarme compañía
en el presente y en cualquier futuro que yo proyecte, sino también en mi
pasado, en el tiempo que ella no vivió, pero que, de tanto haber interiorizado mis
narraciones sobre él, se lo sabe casi de memoria. “Te caería tan bien Ali. Te caería
tan bien”. Le dije también que Ali fue una amistad a primera vista y que las
sensaciones que ella me había transmitido hoy eran muy similares a las que me
transmitió Ali el primer día que la conocí.
Cuando ya estaba
a punto de acabar la fiesta, le dije a Padi que Belén me había parecido maravillosa.
“¿Verdad? ¿Y te ha dicho lo de que le han cogido en Harvard para el doctorado?”.
Pues no, entre las numerosas palabras que habíamos cruzado, Belén no había
sacado a relucir lo de Harvard. Me había hablado de lo que de verdad le parecía
importante. Y que la admisión en Harvard no se encontrara entre esas cosas dice
todo de la persona a la que conocí ayer.