En caso de que no se materialice su deseo de convertirse en un personaje histórico, a Raimunda no le importaría
ser recordada como una gran estrella del cine. Desde bien pequeña, su ídolo ha
sido Chus Lampreave. Aunque fuera difícil encontrar pósteres de esta actriz,
que solía desempeñar papeles secundarios, si no terciarios, Raimunda se iba al Rastro
o a donde hiciera falta en búsqueda de una estampa de la que para ella era la
mejor actriz de la historia del cine. “Mencióname una actriz más natural y genuina
que la Chus”, retaba a quien osara reírse de ella por su idolatría incondicional.
El mejor póster que había encontrado era uno de Chus sujetando un lagarto en Qué
he hecho yo para merecer esto. En la peli, cuando se topa con el lagarto en
una gran explanada, su nieto le dice que le ponga el nombre de algo que le
guste. Ella responde “a mí me gustan las magdalenas, los cementerios, las
bolsas de plástico, el dinero…”. Al final le llaman Dinero por eso de que el lagarto
es un animal de color verde. “Si es que, ¿cómo no vas a querer a mi Chus? Es
grandiosa. Es la fea más mona del mundo. Pequeñita, pero matona. Nadie ha
llevado nunca tan bien un prognatismo tan severo”. Sólo había dos actores que
podían toserle a Chus, aunque estaban a años luz de ella. Por un lado, Thelma
Ritter. “Dime una película en la que no esté soberbia”. Por otro lado, Walter
Brennan, que vale que era hombre y utilizaba unos registros que ella, como
mujer, difícilmente iba a poder replicar, pero, aun así, desprendía la bonhomía
y la lealtad que a ella le gustaría encarnar en la gran pantalla. Pensar en
Brennan le sirve mucho para sujetar su autoestima cuando, de repente, se encuentra
hincando los codos en la barra del bar, dándole fuerte al drinking. “Si algo
nos ha enseñado Brennan es que existe la figura del borracho digno y humano”.
Cuando la gente la observa bebiendo, ella se imagina que es Brennan y pierde
todo atisbo de vergüenza. Y si alguien le recrimina que es una borrachuza que
bebe para olvidar, ella contesta enfurecida que bebe precisamente porque no
olvida lo bien que sabe el alcohol.