En el último año he pasado bastantes horas sentado
en un banco situado a las orillas del río Cherwell. Es, por muchas razones, mi
banco favorito de la ciudad. Para empezar, porque uno de los personajes literarios
a quien tengo más cariño, Sir Peter Wheeler, tenía una casa con un jardín
colindante a la ribera de este río. Fue, de hecho, gracias a él que supe por
primera vez de este pequeño río que atraviesa la garganta de Oxford. Es un banco
muy tranquilo, donde no llega el murmullo de la ciudad, pudiendo leer sin ningún
otro ruido que no sea el graznido de los patos o el gorjeo de los
pájaros que rondan la zona. Pero, sobre todo, si este banco se convirtió tan
pronto en mi favorito fue por la placa que se halla incrustada en la parte superior
de su respaldo, en la que está inscrita mi frase preferida de El Señor de los
Anillos: “No nos toca a nosotros decidir qué tiempo vivir, sólo podemos
elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”. Es la frase que Galdalf le
dice a Frodo cuando éste se empieza a sentir abrumado por la onerosa carga que
le ha sido asignada. Acostumbrado a la vida plácida que llevaba en la Comarca,
no comprende por qué le toca sacrificarse ahora, qué ha ocurrido para que sean
él y sus tres amigos los únicos hobbits en muchas generaciones que van a
tener que enfrentarse a un presente lleno de calamidades.
La frase de Gandalf, que bien podría estar sacada
de las Meditaciones de Marco Aurelio, me ha estado acompañando durante
todos estos meses fatigosos de pandemia. Cuando me indignaba por cómo se había desmoronado
la vida a la que estaba acostumbrado, la invocaba para no hacerme mala sangre y
evitar caer en la desesperanza. Verla inscrita en este banco de mi universidad
me ayudaba a reafirmarme en mi postura estoica. Cada vez que me sentaba en él,
sentía como si Gandalf me estuviera envolviendo con sus brazos, resguardándome
bajo sus sabias palabras. Notaba su túnica gris -o blanca- caer suavemente
sobre mis hombros y se colmaba rápidamente mi espíritu de calidez, de ese optimismo
de la voluntad que tantas veces se ha blandido en tiempos oscuros.
Pero la cuestión por la que hoy hablo de este banco
no es la pandemia ni Gandalf, sino Thomas Carney Forkin. He estado tan
ensimismado en mis propias batallas mentales estos últimos meses, que hasta el
domingo pasado no había reparado en la otra persona a la que se conmemora en la
placa del banco. Al no resultarme familiar el nombre, lo había ignorado por completo.
Pero el otro día, no sé por qué, me fijé por primera vez en su fecha de
nacimiento y fallecimiento y me entró un escalofrío horrible al ver que Thomas
Carney Forkin había muerto con treinta años recién cumplidos. Esta muerte
precoz despertó la curiosidad morbosa que todos llevamos dentro, pues existe la
presunción en la sociedad de que si uno muere antes de los cuarenta es porque
algo fuera de lo normal ha tenido que pasar y yo quería descubrir qué le había
pasado al pobre Thomas. Me puse a buscar en Google y encontré rápidamente su cuenta
de Twitter. Su último tuit fue publicado en la víspera de su muerte, el día 29
de enero. Había estado tuiteando con toda la normalidad del mundo durante ese
mes, sin dar a entender que estuviera lidiando con ningún tipo de enfermedad.
Se muestra eufórico con el discurso de inauguración del segundo mandato de
Obama, discurso que recuerdo que a mí también me conmovió, y cuatro días antes
de morir felicita con mucho entusiasmo a su madre por su cumple: “Mom's
birthday today!!! Yahoo!! Roll on party and drinks!!! Love you Mom!”. El día de
su propio cumpleaños también se había felicitado a sí mismo con mucha energía: “Happy
30th Birthday to ME!!!!!!!!!!!!”. Le gustaban las exclamaciones.
Pocos días después de su muerte, una amiga suya
abrió una cuenta en Facebook en recuerdo de su difunto amigo. En esta cuenta
aparecen fotos de Thomas en la misma zona en la que ahora se encuentra el banco
que lo conmemora, lo que me hace entender que fue estudiante aquí. Me imagino
la conmoción de la universidad al ver que perdía a un estudiante tan joven. La
amiga de Thomas escribe periódicamente en la cuenta de Facebook desde 2013.
Cada cosa que le recuerda a su amigo la publica: una broma que les hacía mucha
gracia, una peli que vieron juntos, una visita a Londres… Es conmovedor ver
cómo de anclado sigue su corazón a la memoria de su amigo. A los pocos días de
que muriera, le dedicó un escrito precioso. Creo que merece la pena que lo comparta
entero:
“¿Qué es un amigo? Un amigo es alguien que te
quiere de manera incondicional. Cuando te sientes como una mierda, cuando odias
tu físico, ellos te siguen queriendo y te dicen lo bonita que eres. Cuando te
sientes algo deprimida y piensas que el mundo está contra ti y que no tienes
ninguna razón por la que sonreír. Ellos todavía te hacen reír y es desesperante
ver que tienen ese poder sobre ti. Cuando les necesitas, ahí están. Cuando te
abrazan, sientes el abrazo en tu corazón. No importa lo que hagas, no te juzgarán,
sino que te intentarán entender. Cuando alguien te destroza, ellos te levantan.
Compartís vuestras memorias. Vuestra felicidad triste. Sientes el dolor del
otro, sientes la alegría del otro. Podéis llevar mucho tiempo sin hablar que
cuando os llamáis sentís que fue ayer el último día que os visteis y podéis
hablar durante horas sobre cosas que parecen estúpidas al resto de gente pero
que para vosotros son sagradas. Tom, tú eras uno de los amigos más especiales
que tengo. Te quiero mucho”.
Lo que más pena me da del texto es esa penúltima
frase en la que su amiga es incapaz de discernir el presente del pasado. No
quiere dejar marchar a su amigo y de ahí que lleve más de ocho años entregada a
proteger su memoria. Evidentemente, ahora ya no podré sentarme igual en este
banco, mi banco favorito. Pensaré en Thomas. Le abrazaré con fuerza y cariño,
como a mí me ha estado abrazando Gandalf todos estos meses. Aunque, a
diferencia de Frodo, el pobre Thomas ni siquiera pudo elegir qué hacer con el
tiempo que se le había dado. O a lo mejor sí lo hizo, ya que la amiga menciona en
uno de sus posts algo de un suicidio. En la esquela del Chicago
Tribune también se indica que fue una muerte repentina. Quizá la elección
de Thomas fue no tener que tomar ninguna elección más. Nunca lo podré saber.