Cuántos zapatos han pisado la tierra donde florecieron los pensamientos que
un día ramificaron en mi cabeza mientras paseaba, pensamientos que entretuve, cartografié
cuidadosamente, razoné, desafié y a los que di la vuelta varias veces, como a
una prenda de ropa, para comprobar qué parte de su invisible silueta me
resultaba menos áspera y, por tanto, más llevadera.
Cuántos zapatos han abollado sin misericordia la tierra donde lloré sin
llorar, donde planté las emociones que se quedaron en la antesala del lagrimal,
cargadas de dolor, de tristeza y de hastío, tan pesadas que ni siquiera lograron
encontrar la fuerza para saltar al ojo y deslizarse por el terso tobogán de mi
piel.
Cuántos zapatos han golpeado la tierra donde la ilusión centelleó en mis
ojos e iluminó cada grieta, formando un cuadro lleno de rendijas que invitaban a la fantasía y que permitían fecundar los sueños de
infancia que habían amenazado con congelarse en su fase embrionaria.
Cuántos zapatos siguen pasando por encima de los pensamientos, las emociones y anhelos que un día constituyeron mi ardiente realidad y que ahora se han quedado relegados a meros recuerdos esparcidos por la geografía de la que una vez fue mi vida.